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¿En cuántas apariciones insistió la Virgen en que rezásemos el Rosario?

Palabras clave: Virgen María / Rosario / apariciones / Lourdes / Fátima / Medjugorje / Garabandal / Santo Domingo de Guzmán / Batalla de Lepanto / 1492

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

Considerando que Dios, en un sinnúmero de ocasiones, se ha servido de los peores para predicar su Palabra, aprovecho mi más que inmerecida autoridad para contribuir a tan encomiable cometido.

Las apariciones de la Virgen María en Lourdes y Fátima

Allá por 1858, mientras tres niñas enfilaban el camino hacia el río Gave, en búsqueda de leña, una de ellas, Bernadette de Soubirous, escuchó un murmullo. Al torcer la vista, persiguiendo con su mirada la emisión de dicho ruido, la susodicha tuvo la dicha de contemplar a una mujer con una túnica blanca, una banda azul y un Rosario pendiendo del brazo, y juntas lo rezaron con inefable fervor.

Se trataba de la Virgen María, Quien, a lo largo de las sucesivas apariciones, le insistió en embarcarse en una vida de total entrega a Dios y en la necesidad de rezar el Santo Rosario.

Entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858, se produjeron 18 apariciones, las cuales Santa Bernadette de Soubirous tuvo la inenarrable fortuna de experimentar.

La Virgen María, también, incidió en la urgente necesidad de que la humanidad rezase el Rosario cuando se apareció a los pastorcillos de Fátima, poco más de medio siglo después, en 1917.

En ambas apariciones, María se hizo visible ante personas de una edad muy temprana e ínfimo nivel cultural, lo que les hacía verdaderamente incapaces de idear fabulaciones sobre la profundidad de las cosas que les fueron reveladas; y en sendas situaciones, la Virgen puso un inefable énfasis en la necesidad inminente, urgente, perentoria de que la humanidad se sumergiese en el rezo del Santo Rosario.

Cuando la Virgen María le enseñó a Santo Domingo de Guzmán a rezar el Rosario

En el año 1208, la Virgen María le enseño a Santo Domingo de Guzmán, en persona, a rezar el Rosario, con el fin de que propagara semejante devoción mariana y la empleara como instrumento de defensa o parapeto frente a los ataques provenientes de los enemigos de la Fe; y los frutos que hizo germinar su rezo fueron de una magnitud inabarcable.

Tras esta aparición, el Rosario se mantuvo como oración predilecta durante cerca de dos siglos. Cuando la devoción al mismo comenzó a entrar en barrena, la Virgen se le apareció a Alano de la Rupe, a quien le fue revelada una amplia lista de bendiciones que recibirían aquellos que se acogiesen, con fe y constancia, a su rezo.

Algunos episodios de la historia en los que el rezo del Rosario fue determinante

Cuando Europa se encontraba acorralada por invasores y el Cristianismo, en los umbrales de su desaparición, después de que se rezase el Rosario con fe verdadera, coincidió, en 1492, en el mismo año, tanto el final de la Reconquista como el descubrimiento de América (con la consiguiente evangelización de dichas tierras).

El 7 de octubre de 1571, las tropas cristianas comandadas por Juan de Austria se hallaban en las proximidades de la ciudad griega de Lepanto, siendo muy inferiores en número a las de sus adversarios. El desenlace de esta batalla marcaría la supervivencia o la extinción de la Cristiandad en Europa. Después de que el Rosario fuese rezado con inenarrable devoción, los cristianos lograron un triunfo inesperado durante el declive de la tarde. Para más inri, el Papa Pío V, ese mismo día, tras recitar el Santo Rosario, anunció a los presentes, con impávida seguridad, que la Virgen María le había otorgado la victoria a los combatientes cristianos (y esto, habida cuenta de que la comunicación no fluía precisamente con la misma facilidad que en el presente).

Colofón final: mi experiencia personal tras rezar el Rosario

El abanico de bendiciones marianas que ha desplegado el rezo del Santo Rosario es inabarcable. De hecho, después de rezarlo con fe, esperanza e insistencia durante varios días consecutivos, se cumplieron, en dos ocasiones contadas, cosas que consideraba prácticamente imposibles que tuviesen lugar; todavía sigo perplejo, absorto y estupefacto de que tales peticiones hallasen una respuesta satisfactoria.

Dios, a través de las Sagradas Escrituras, nos anunció que le pidiésemos con insondable fe, constancia y paciencia aquellas cosas que estuviesen de acuerdo con su voluntad, sin que decayese la esperanza.

 

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