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Noelia y yo, la fuerza de un equipo, por Josep Cuevas

AUTOR: Josep Cuevas, terapeuta de pareja

Somos un equipo. Esto algo que Noelia y yo tenemos claro desde los albores de nuestra singladura. Singladura que, a su vez, es aventura, y que, con nuestras almas trenzadas, se convierte en partitura. Porque nuestro amor es un ente musical. Tiene fisonomía y rostro de canción. Ya lo decía Platón: la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo…

Y de esta guisa, nuestras almas recuperan el furor cada vez que nuestros cuerpos se funden en una danza eterna. Ella me hace girar como una peonza en caprichosa rotación. Y yo le devuelvo el giro con ribetes de pasión y ápices de sutileza.

Y así, sucesivamente; uno hace un globo y el otro, una volea, como si estuviésemos jugando un partido de tenis amistoso; porque ninguno de los dos es el que manda en este baile atemporal; porque desconocemos quién es el amo de la pista; porque sabemos que la música es cosa de dos…

Ella se transfigura en Chris Norman y yo adopto la forma de Suzi Quatro, para reproducir juntos el videoclip de Stumblin’ In; una canción deliciosa, con la que recomponer amores truncados…

Nuestras miradas no se clavan, puesto que entendemos que este gesto suena un poco agresivo. Tampoco se acarician, dado que nos resulta una mueca quizá un tanto desangelada. Nuestras miradas se vertebran, y lo hacen al ritmo de Drew Barrymore y Hught Grant cantando juntos Way back into love, en la película Tú la letra, yo la música

Noelia y Josep, Josep y Noelia, dos espíritus ácratas que juegan con el carrito de la compra por un supermercado, en anhelosa búsqueda de algún producto gourmet

Cada compra que emprendemos juntos, en equipo, es como viajar a Italia, pero sin desfilar por las tumultuosas áreas de un aeropuerto.

Escogemos lambruscos con los que enjuagar nuestras fauces caprichosas. Nos adentramos hasta las profundidades de Milán y estacionamos en Bérgamo, con la ilusión de saborear un queso gorgonzola; tan untuoso, cremoso y delicioso.

Nuestras emociones pegan un brinco hasta alcanzar Nápoles, con el afán de hundir las perlas dentales en una de sus proverbiales pizzas; su sabor es arte de birlibirloque, pura magia. Y tal como cuenta aquella leyenda, nuestra imaginación se une, en travesía, a Marco Polo, para regresar a Venecia desde China con unos macarrones de lo más crujientes; los cuales harán que nos desmayemos de placer tras cocinarlos al dente…

Pero lo más estimulante de todo es que Noelia y yo saboreamos estas experiencias en pareja, en equipo; a la par que ambos cubrimos nuestros torsos con jerséis de cuello vuelto…

Volvemos a casa en un sidecar destartalado, convirtiéndonos en el hazmerreír de anchas avenidas y angostos callejones; pero hacemos el ridículo a partes iguales. Todo en pareja, todo en equipo…

Llegamos a casa y nos adentramos con fruición en la cocina, dispuestos a incendiar Roma de la mano de Nerón, pero en una versión bastante más democrática. Descorchamos con frenesí las botellas de lambrusco. Balanceamos las copas al son de sinfonías de Puccini. Y avivamos el fuego de la vitro con la impetuosa voz de Laura Pausini. Porque, como puse por escrito en el primer renglón de este relato, nuestro amor es un ente musical, con fisonomía y rostro de canción…

Albergamos el quimérico deseo de que la pasta no se nos pase ni un milímetro; pero si esta utopía no triunfa, da igual, porque lo importante somos Noelia y yo, yo y Noelia…

Nuestro empeño por esculpir la pasta al dente resulta malogrado. No servimos para cincelar un dintel, pero sabemos reír juntos en una mesa con mantel. Y esto es, en esencia, el objetivo de todo…

En la mesa, descuella un jarrón de vidrio agrietado, coronado por una rosa desvaída, lánguida, mustia. Esta flor deslucida, deslustrada, huérfana de todo encanto o glamour, tiene un valor inenarrable para nosotros; porque lo importante no es la rosa en sí, sino aquello que simboliza, que atesora en la buhardilla de nuestros corazones.

Así, nos lo hizo entender el insustituible Antoine de Saint-Exupéry, en su obra El principito. Los misterios que encierra la vida no los descubrimos con los ojos del semblante, sino con la mirada del corazón…

Terminamos de cenar. Estamos ahítos. Tenemos el estómago, por entero, saciado, pero nuestras neuronas se encuentran hambrientas de curiosidad intelectual. Y a la sazón, buceamos hasta las marismas de la historia del pensamiento.

En nuestra travesía intelectual, resurgen de las cenizas personalidades que, al igual que Noelia y yo, emprendieron gigantescas empresas en equipo. De nuestra conversación, florecen nombres como los de Diotima y Sócrates, Hyparchia y Theón, Theano y Pitágoras, Lucrecia y Tarquinio, Cleopatra y César, Isabel y Fernando, Laura Bassi y Robert Boyle, Marie Curie y Albert Einstein, Jacqueline Lee Bouvier y John Fitzgeral Kennedy…

Transcurren las horas con la delicada parsimonia con la que funciona un reloj de arena; intercambiamos nuestras inquietudes, nuestras impresiones, nuestros pareceres… Todo ello a fuego lento. Con cariño y sutileza, con respeto y gentileza, con aplomo y gallardía.

Noelia y yo, la fuerza de un equipo…

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