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La ‘espontaneidad ordenada’, una alternativa al exceso de orden y creatividad

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

A grandes rasgos, pienso que ser demasiado ordenado hace de nosotros seres extremadamente rígidos, con bastante incapacidad para improvisar, para adaptarse a los distintos virajes que da la vida, para buscar soluciones originales a los problemas y para la fecundidad de la creación artística en todas sus vertientes. Supondría quedar atrapado en la quimera del empirismo radical, que todo lo reduce a la experiencia, a los estudios empiristas de corte cientificista, minando el espíritu crítico, la intuición y la improvisación.

En el hemisferio contrario, se encuentra el exceso de desorden creativo, carente de normas, de reglas, de calendarios y de patrones morales; visión de la vida que nos empuja irremisiblemente al caos y la anarquía, al todo vale. Esta actitud ante la vida nos arrastraría hacia el ‘ismo’ del vitalismo de Henri Bergson, consistente en caminar hacia el futuro sin volver la vista atrás, prescindiendo de cualquier estudio empírico, confiando ciegamente en la intuición del momento.

Por un lado, el exceso de orden nos abocaría a la moral kantiana de simplificarlo todo al cumplimiento del deber, sin cuestionarnos el sentido del mismo, a aquello que el farolero de El principito satirizaba con el lema «la consigna es la consigna». Por otra parte, un ensalzamiento desaforado del desorden creativo nos arrastraría a esa quimera rousseauniana de que el orden proviene del caos, además de a rebelarnos contra todo lo establecido o convencional, renunciando a todas las reglas de conducta y cánones morales.

Para el obseso del orden, todo gira en torno a la fuerza de voluntad, a la disciplina, a la constancia, al cumplimiento de horarios y a acometer nada más que acciones consideradas como «normales», véase hacer lo que los demás hacen. El artista anárquico, por su parte, se niega a asumir que si a su desorden e improvisación creativa, le inyectase unas dosis de perseverancia y talante disciplinado, su obra sería mucho más fructífera.

De esta guisa, propongo como solución una teoría que he bautizado como “espontaneidad ordenada”.

Dicha teoría consiste en conservar un orden mínimo en las cosas y a partir de ahí, disfrutar de cierta flexibilidad, margen de maniobra o libertad creativa. El orden iría primero y después, la creatividad, del mismo modo que la esperanza ha de ser previa a la precaución.

También, en función de los dones, talentos o carismas de cada persona, unas están llamadas a ser más ordenadas y meticulosas, y otras, debido a su instinto artístico y creativo, más inclinadas a lo espontáneo (las pertenecientes a este último grupo parecen estar condenadas a renunciar a su desorden fecundo e improvisador). Pese a este matiz, considero que ambas no pueden perder de vista el haz común de la “espontaneidad ordenada”, puesto que todos necesitamos regar nuestra conducta con unas gotas de orden y espontaneidad.

He alumbrado el apelativo de “espontaneidad ordenada” debido a que lo que se conoce como “orden espontáneo” no me termina de convencer, puesto que predica el confiar en que los acontecimientos se acabarán ordenando por hache o por be; en numerosas ocasiones sucede, pero considero más conveniente ser un poco más ordenado y precavido, no confiar tanto en que las cosas se terminarán resolviendo por algún motivo, lo cual considero una postura muy cómoda.

Mi teoría de la “espontaneidad ordenada” abona el terreno y allana la senda de un modelo político que, a mi modesto entender, debería reinar en todas las naciones.

Éste consiste en ser tradicional en lo esencial, social en lo que concierne a las necesidades fundamentales del hombre y liberal en todo lo demás. De este modo, creo evitaríamos tanto la anarquía como el totalitarismo.

Por tradicional en lo esencial, entiendo que hay una serie de verdades que son incuestionables, inalienables, indiscutibles, como son el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la familia como piedra angular de la sociedad y el reconocimiento -que no imposición- del patrimonio espiritual de la patria; aquello que Edmund llamaba la democracia de los vivos, de los muertos y de los que están por nacer.

Por social en lo atinente a las necesidades fundamentales del hombre, entiendo que hay aspectos como la seguridad, la sanidad, la propiedad y el derecho a un salario mínimo, que no han ser conculcados.

Por liberal en todo lo demás, entiendo que respetadas las esencias morales citadas y cubiertas estas necesidades fundamentales del hombre, se dé manga ancha a las personas para actuar, para crear, para entablar acuerdos y trabar negociaciones.

Este modelo político me recuerda a la educación que he recibido en casa, la cual me parece ejemplar, y no precisamente por su perfección, sino por este equilibrio entre haber sido educados de manera tradicional en lo esencial y a partir de aquí, haber gozado de libertad para hacer lo que nos diese la gana. Un hogar en el que no imperaba ni la laxitud, ni el paternalismo, donde reinaba una luminosa “espontaneidad ordenada”.

Contacta aquí con el escritor Ignacio Crespí de Valldaura, autor de este artículo

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