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Ideas realizables -nada utópicas- para mejorar el sistema educativo

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

Tras pensarlo con muchísimo detenimiento y realismo, se me han ocurrido una serie de ideas realizables -nada utópicas- para mejorar el nivel educativo (y por ende, el intelectual).

Tengo la sensación de que, en el presente, hay una mentalidad un tanto maniquea (es decir, de bandos entre dos posturas enfrentadas).

Por un lado, se encuentran los defensores acérrimos de memorizar (a quienes se les podría encuadrar en el hemisferio conservador). Por otro, los que abogan por que la educación deje de estar cimentada en el ejercicio de la memoria (aquellos que formarían parte de la trinchera progre).

Yo no me sitúo, ni por asomo, en una u otra bandería, aunque he de reconocer que mientras la memorización excesiva me parece anquilosada y muy -pero que muy, muy- mejorable, el postularse por la erradicación de la misma lo considero un error aún más garrafal. En otras palabras, aborrezco enérgicamente el conservadurismo educativo y me aterrorizan todavía más las innovaciones de signo progresista.

A la sazón, ¿Qué solución se me ocurre al respecto?

Por un lado, mantener el sistema tradicional de memorizar, en aras de ejercitar la memoria y de inculcarnos el valor del sacrificio (eliminarlo heriría de muerte nuestra fuerza de voluntad y aprovechamiento de la memoria).

Por otra parte, incorporar a este sistema -sin suprimirlo- alguna novedad que lo enriquezca; debido a que me parece manifiestamente mejorable, puesto que la intelectualidad no puede estar reducida al “esfuerzo por el esfuerzo”, porque sí, ni a retener conceptos para vomitarlos como un papagayo y acto seguido, olvidarnos de ellos; fruto de que no se trabaje la memoria a largo plazo, el que abunden personas de buenas notas con escasa cultura general.

¿Y en qué novedades he pensado para enriquecer el sistema tradicional sin desmantelarlo?

En primer lugar, establecer un modelo dual de calificación, en el que un porcentaje de la nota radique en memorizarlo todo (como se hace desde antiguo) y otro, en asimilar lo fundamental y explicarlo de manera natural, en nuestro propio lenguaje. De esta manera, retendremos mejor lo esencial, sin renunciar a lo particular; aprenderemos a disfrutar un poco más de adquirir conocimientos (de modo que acrecentemos nuestro “amor por la sabiduría”, al no simplificar el estudio al sacrificio y al esfuerzo), pero ello sin abjurar de sacrificarnos y esforzarnos; y así, conseguiremos trabajar tanto la memoria a corto plazo como a largo.

En lo que respecta a las asignaturas de ciencias, incluiría que un porcentaje de la nota consista en explicar la lógica de la disciplina en cuestión a nivel teórico y con tus propias palabras (de modo que no todo se reduzca a resolver problemas de física, química o matemáticas, pero sin que esto deje de ocupar la cuota mayoritaria de la nota, ojo).

La segunda propuesta que se me ocurre es incentivar el relacionar cosas entre sí (conceptos, sucesos históricos, asignaturas…), dado que hemos estado acostumbrados a memorizar materias en cajoncitos separados, autónomos, independientes, para, después, recitarlos de memoria en un examen.

En tercer lugar, me inclino por establecer un sistema de evaluación continua, para que haya una constancia en el estudio y de este modo, las materias vayan sedimentándose en nuestra memoria a fuego lento.

En cuarto y último término, mantener las asignaturas troncales (véase las obligatorias) y agregar dos de índole extraescolar (pero dentro del horario educativo, de tal modo que dejen de ser extraescolares). Así, el alumno podrá elegir un par de disciplinas adicionales, entre un abanico amplio de opciones, en aras de ejercitar disciplinas que sean de su interés, que conecten especialmente con sus inquietudes y talentos. Esto es algo muy similar a lo que se hace en las prestigiosas universidades anglosajonas (como Oxford o Harvard), con los clubes de teatro, literatura y demás. Propongo que este dúo de asignaturas complementarias no estén regidas por el sistema de memorización y examen, sino basadas en realizar trabajos, publicaciones, debates, actividades lúdicas, juegos, lectura de libros, visualización de documentales, competiciones, etcétera.

En síntesis, mi idea no estriba en una reforma del sistema por los cuatro costados, sino en mantener su esencia e incorporar una serie de mejoras posibles, realizables, nada utópicas. Me parecen aplicables a todas las edades (ámbito universitario incluido). 

Mientras los conservadores se limitan a conservar lo establecido y los progresistas, a innovar a base de demoler lo anterior, yo propongo lo que la tradición en verdad significa: avanzar hacia adelante, sin renunciar a las raíces.

Contacta aquí con el autor de este artículo, el escritor Ignacio Crespí de Valldaura 

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