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Los 6 escalones de la felicidad, por Ignacio Crespí de Valldaura

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

Aunque haya ideado esta teoría de Los 6 escalones de la felicidad, quiero hacer una advertencia: se trata de un esquema orientativo, que no es del todo exacto; puesto que la felicidad es algo tan complejo y profundo que no podemos reducir la consecución de la misma a una fórmula matemática (desde los tiempos René Descartes, se estila demasiado “la matematización de la realidad, véase el buscar una fórmula científica para resolver cualquier problema).

Aun así, considero que mi croquis sí que contribuye a que nos hagamos una idea aproximada de su significado; a pesar de que algunos peldaños de esta “escalera de la felicidad” tiendan a entremezclarse y colisionar con otros (complejidad que abordaré en los postreros renglones de esta disertación).

Antes de empezar, quiero matizar que no he incluido, en mi eje de coordenadas, la palabra ‘infelicidad’, puesto que albergo la firme convicción de que no existe una ausencia total de la misma en la vida terrena. No creo que haya un grado de desencanto en la tierra que consiga alcanzar el del infierno en términos absolutos.

De hecho, considero que admitir la ‘infelicidad’ total en vida supondría negar a las personas la posibilidad de levantarse, que es algo a lo que contribuyen las doctrinas nihilistas y existencialistas más extremas (además de las eugenésicas); y que tanto daño han hecho a la humanidad. Por muy grises que puedan parecer los nubarrones, siempre hay un hueco para la luz de la esperanza. Aunque uno no tenga adecuadamente enfocado ‘el sentido’, jamás termina de reinar el sinsentido en su totalidad.

Hecho este cúmulo de aclaraciones, doy el pistoletazo de salida con el primero de los peldaños, al que he bautizado como ‘felicidad mejorable’. He de precisar que, dentro del mismo, existen numerosas graduaciones, pero, si realizamos un ejercicio de síntesis, se puede intuir con facilidad en qué consiste; el que trae consigo un sentido algo empañado, y sensaciones perceptibles de abulia, apatía, anhedonia, melancolía…

El segundo escalón lo he calificado como ‘bienestar emocional’. Éste consiste en gozar de cierto equilibrio emocional, de motivación y autoestima. Ahora bien, a este modus vivendi saludable, estimo que le falta un sentido más definido y perseguir aspiraciones más trascendentales que encajar con los patrones sociales de conducta.

Tanto a la ‘felicidad mejorable’ como al ‘bienestar emocional’ los considero dos estadios de ‘felicidad escrita con minúscula’. Como William Shakespeare puso por escrito en Hamlet, los hay que ven la felicidad como no ser demasiado felices.  

La ‘felicidad con letra mayúscula’ es, a mi juicio, alcanzada a partir del tercer escalón, al que he denominado ‘felicidad en grado óptimo’.  Ésta sería la que goza de un sentido de vida más perfilado, delimitado, además de profundo y caracterizado por su rectitud moral. Suele estar integrado por aquellas personas con sólidas convicciones religiosas y que viven en armonía con su fe. En calidad de católico practicante, me atrevo a afirmar que tiende a estar compuesto por aquellos que se encuentran en gracia de Dios y que rezan con cierta frecuencia. A esta categoría, pertenecen las personas que no buscan ser felices de manera directa, sino que entienden que la felicidad es, en palabras de Monseñor José Ignacio Munilla, “la consecuencia de entregarse a un ideal verdadero”.   

El cuarto peldaño lo he conceptualizado bajo el apelativo de ‘felicidad con letras de oro’. Además de estar escrita con mayúscula, pienso que goza de una luminosidad destellante. Está conformado por aquellos cuyo estilo de vida es parecido al de los miembros del escalón anterior, aunque vivido con mayor intensidad, frecuencia y entrega. Suele estar integrado por personas muy devotas y practicantes. De esta categoría, forman parte aquellos que hacen propia la siguiente reflexión de Santo Tomás Moro: «feliz tú que no te conformas con ser bueno, sino que buscas la santidad».

La ‘felicidad semiplena’ del quinto escalón es, a mi modesto entender, patrimonio exclusivo de los santos; de aquellos que se entregan de una manera bastante incondicional a Dios (con su retahíla de vacilaciones, caídas e imperfecciones incluida).

En último término, se halla la ‘felicidad absoluta’, la cual sólo es propiedad de Dios (de acuerdo con la vía tomista de ‘los grados de perfección’).  

Como he matizado en el párrafo introductorio de este escrito, esta brújula de la felicidad goza de mayor hondura y complejidad, a lo que no podemos dar respuesta con una fórmula matemática o científica; puesto que los escalones a los que he hecho alusión no están exentos de entremezclarse y colisionar con los otros.

Esto último es así hasta el punto de que no es extraño que alguien que viva en un grado de ‘felicidad semiplena’ pase por momentos de ‘felicidad mejorable’. De hecho, suele ser una parte irremediable de la lucha. Un ejemplo bastante ilustrativo de esto se encuentra reflejado en la vida de Santa Teresa de Calcuta; quien pasó por un doloroso trance de dudas de fe, recrudecidas por una sensación de silencio de Dios, de abandono; y aún así, no dejó de vivir entregada a Él y a los demás (y como premio por su amor incondicional, terminó hallando consuelo en el Señor).

En resumidas cuentas, a pesar de que este esquema de Los 6 escalones de la felicidad contribuya a esclarecer las diferencias entre llevar distintos estilos de vida, nadie se encuentra al cien por cien en uno de los peldaños citados. Las sendas que he dibujado se terminan cruzando entre sí.

Como decía Adam Zagajewski, en su ensayo Solidaridad y soledad, la vida espiritual es muy sencilla y complicada al mismo tiempo; reflexión que considero extensible al sinuoso camino de la felicidad.

Contacta aquí con el autor de este artículo, el escritor Ignacio Crespí de Valldaura

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