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Un prestigioso colegio católico consiente que impartan ideología de género

En la sección de Religión de El Diario de Colón, tenemos una directriz muy clara, que es denunciar el pecado sin arrumbar al pecador.

Por ello, nos limitamos a mencionar que la escuela en cuestión es un renombrado colegio católico del sur de España, con una larga tradición de exquisita educación espiritual, moral e intelectual, de la cual parece haber renegado con la indecorosa claudicación que vamos a relatar a continuación.

Este prestigioso colegio, ante un decreto que supuestamente obliga a que vaya un lacayo a dar una charla sobre ideología de género a adolescentes, ha cedido a abrir la veda a dicho instructor del aparato estatal, para que imparta, a sus anchas, un seminario anticatólico, opuesto al orden natural y a las buenas costumbres.

Con la permisividad de la dirección del centro, ante esta rocambolesca claudicación, ha sido impartida una charla de ideología de género, y a la sazón, repartidos unos folletos de sus quimeras afectivo-sexuales.

Cabe recordar que uno de los pilares fundamentales de la ideología de género es que nuestro sexo (masculino o femenino) no viene determinado por la biología, sino que se trata de una construcción cultural; en otras palabras, que uno es hombre o mujer porque se lo han metido en la cabeza, que es fruto de una invención perpetuada durante siglos, puesto que la identidad sexual se elige.

Si pensamos que, por llevar a nuestros hijos a los mejores colegios, nos encontramos resguardados del peligro, estamos muy equivocados. Quizá, estas doctrinas tarden más tiempo en aterrizar, pero, al final, se acaban filtrando con cuenta gotas. No vivimos enrocados en torres de marfil al margen de lo que sucede en el mundo. 

Episodios como el narrado me recuerdan a la moraleja de aquel cuento de Edgar Allan Poe, llamado La máscara de la muerte roja.

En dicha fábula, mientras un mortífero virus diezma a la población de un lugar, unos desaprensivos se hallan refugiados en un palacio, celebrando fiestas de postín, anestesiados por la tranquilidad de que allí nunca se colaría la enfermedad. Y finalmente, se termina infiltrando emboscada en una máscara, lo que desemboca en una trágica escabechina.

Pues bien, al igual que en este cuento de Edgar Allan Poe, La máscara de la muerte roja, por mucho que nos refugiemos en nuestra arcadia feliz, lo que perjudica al conjunto de la sociedad acaba llamando a la puerta de casa.

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