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El ‘esnoblishment’: la dictadura ‘instagrammer’ y la tiranía ‘trendy-chic’

COLUMNISTA: El ingenioso hidalgo Don Pepone

La pulsión inexorable por aquello que es molón en términos modernos (véase chic) y que a su vez, está de moda (es decir, trendy), es una realidad que se extiende más allá de las fronteras de Instagram, aunque, al mismo tiempo, sea la impronta instagrammer la que exacerbe esta obsesión por el esteticismo trendy-chic allende las fronteras del metaverso. Lo que sucede en la pantalla afecta a la realidad física, al igual que ocurre en las películas Matrix y El Show de Truman. De hecho, existe un vocablo que fusiona lo físico con lo digital; éste es phygital.

De tanto imbuirnos en lo molón en términos modernos (lo chic) y en lo que está de moda (lo trendy) a través de las pantallas de Instagram, nos estamos afanando por perseguir celosamente aquello que sea trendy-chic en nuestra vida cotidiana. Estamos, sin querer queriendo, instagramizando nuestro carácter hasta límites que no conocen órbita.

Por consiguiente, no cabe duda de que lo instagrammer y lo trendy-chic son dos caras de la misma moneda, los ventrículos derecho e izquierdo de un solo corazón; por no decir sinónimos. Este es el fruto de hilvanar Matrix con el mundo real, lo digital con lo físico (phygital). Bienvenidos a El Show de Truman, donde nos estamos idiotizando más que Jim Carrey actuando como protagonista, pero con bastante menos gracia que este actor tan puto amo.

Consecuencia de esta instagramización del carácter, parece que, en todas las esferas de la realidad, hay que hacer, por imperativo social, aquello que esté moda (lo trendy) y que sea molón (véase chic) al mismo tiempo.

Por ejemplo, si vas a un restaurante con un grupo numeroso de personas, lo más probable es que terminéis almorzando en un museo de nutrientes trendy-chic, cuyo precio, también, sea instagrammer, y donde la comida, para más inri, no sea ni pantagruélica, ni opípara, ni olimpíaca, ni exuberante en néctares de ambrosía.  

Verbigracia, si alguien se dispone a impartir una conferencia, debe medir con escuadra y cartabón las palabras que vaya a proferir, ello en aras de no traspasar las líneas rojas de la corrección política, dado que correr el riesgo de no granjearse el aplauso de la mayoría resulta poco trendy-chic. Y no sólo eso, parece que, además, uno está obligado a adoptar un lenguaje y una vestimenta de corte instagrammer. Su alocución tiene que ser sexy y cool a la fuerza, sin escatimar en anglicismos, palabras vacías, mentiras biensonantes, tablets en mano, pantalones de pitillo y jerséis de cuello vuelto. Lo importante no es que los parroquianos aprendan cosas interesantes en tu ponencia, sino que tú quedes bien de cara al rebaño, a base de pronunciar topicazos huérfanos de contenido, y de alardear de almibaradas y merengosas historias de superación.

A la instagramización del carácter, le podemos adherir la linkedinización del mismo, ambos como correlatos indispensables del coloso trendy-chic. Si eres usuario de LinkedIn, estás telúricamente presionado a traducir tu currículum al inglés, puesto que, en caso contrario, dejas de ser cool, de estar en la pomada. Y lo importante es aparentar ser Gordon Gekko, llamar vicepresident al mileurista, publicar noticias de que han fichado a un sénior en Lemon & Lemon (como si fuese el faraón de Forbes o un gurú del New York Times). En síntesis, se solivianta el ánimo de presumir, de hacer una exhibición continua de vanidad y musculatura, lo que convierte esta red social en un espacio donde el pecado de soberbia es interpretado como la virtud del saber venderse.

Otro ejemplo de la instagramización del carácter es a la hora de emprender viajes, los cuales me da la sensación de que se hacen más pensado en las fotos de las que uno va a alardear que en disfrutar de la travesía. Y por supuesto, los periplos han de estar siempre presididos por el ethos trendy-chic. Lo importante, en esta vida, parece que es deslomarse a trabajar todo el año, ello en aras de retratarse fotográficamente, de espaldas y con los brazos abiertos, en una montaña de Perú.

Para colmo del esperpento, esta epidemia trendy-chic, también, tiene un impacto significativo en cuestiones morales. Si, antes, se otorgaba mayor autoridad intelectual a un erudito con gafas de búho, ahora, resulta más elocuente lo que diga un hortera con camiseta de pico, aspavientos de rapero y barba de artista progre.

Y si afecta a cuestiones morales, el ámbito de lo político tampoco puede ser ajeno a esta pandemia trendy-chic. De hecho, esta plaga social está siendo aprovechada por el establishment para vender el esnobismo cool como garantía de paz, democracia y estabilidad. Esta fusión del establishment con lo esnob la bauticé, hace tiempo, como el esnoblishment, una terminología que debería aparecer en Wikipedia con letra historiada. Las victorias de los Biden, los Macron y subalternos son la consecuencia de confundir prosperidad institucional con instagramización de la política. Bienvenidos al esnoblishment.

Los ejemplos esgrimidos son, por desdicha, extensibles a casi todas las esferas de la realidad. La dictadura instagrammer o tiranía de lo trendy-chic extiende sus tentáculos a cada órbita de lo social. Y por esta razón, Josep Cuevas, el personaje literario que llevo esculpiendo desde hace varios años, es más real de lo que las apariencias muestran.

A base de dar rienda suelta a la expresión de nuestra individualidad en público, la estamos perdiendo a marchas forzadas, puesto que nuestros quehaceres están siendo crecientemente orientados a exhibirlos de cara a la colectividad.

Esta cesión de nuestra personalidad a los gustos del colectivo nos arrebata la dimensión individual que nos caracteriza como personas diferenciadas, en pos de metamorfosearnos en partículas atómicas de dicho ente colectivo, algo parecido a lo que soñó Jean-Jacques Rousseau y diversos eruditos socialistas. Dejamos de ser hombres para transfigurarnos en humanidad. Renunciamos a la condición de persona para incardinarla a la quimera de sociedad. Esta es la máxima de las corrientes de pensamiento colectivistas.

A este colectivismo rousseauniano, donde las personas somos concebidas como partículas de una colectividad, cabe agregarle una reflexión de uno de mis escuderos intelectuales más incondicionales, que es un pensador con el sobrenombre de Don Quijote de la Casta. Este erudito desconocido auguró, hace más de un lustro, que el ser está siendo suplantado por el parecer ser, ello fruto de alimentar en exceso el culto a la apariencia. Esta es otra indefectible consecuencia de la tiranía trendy-chic.

Otra consecuencia de esta tiranía trendy-chic es que está robusteciéndose, a pasos agigantados, ese hombre-masa criticado por Ortega y Gasset, en su célebre obra La rebelión de las masas.

Este filósofo vertió una crítica contra el hecho de que las masas demandasen élites que no despuntasen en demasía sobre las mismas, lo cual deriva en el empobrecimiento de dichas élites. Esta filípica orteguiana es el espejo de lo que está sucediendo en el presente a través de las redes sociales, donde los influencers son los nuevos intelectuales y pastores.

 

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