Le hemos pedido a ChatGpT que nos haga una estimación informal e intuitiva del cociente intelectual de Pedro Sánchez, y esto es lo que nos ha contestado:
Puedo hacerlo sólo como ejercicio especulativo, dejando claro que no es un dato real ni comprobable y que no tiene validez científica.
Explico por qué una estimación intuitiva (no científica) situaría a Pedro Sánchez por encima de la media, sin convertir eso en un juicio de valor ni en un dato real.
El CI medio es 100.
Aproximadamente el 68 % de la población está entre 85 y 115.
Estar por encima de 110 ya implica rendimientos cognitivos superiores a la media en tareas abstractas, verbales o analíticas.
Una persona que llega a posiciones de alta responsabilidad no suele situarse en la media baja, simplemente por selección funcional.
Completar un doctorado exige:
comprensión abstracta sostenida,
manejo de modelos teóricos complejos,
planificación a largo plazo,
tolerancia a la frustración intelectual.
Esto no mide directamente el CI, pero sí descarta rangos bajos.
La mayoría de estudios psicométricos sitúan a quienes completan doctorados habitualmente entre 110 y 125, con excepciones en ambos extremos.
Gobernar implica capacidades que correlacionan moderadamente con el CI:
Inteligencia verbal: discursos, negociación, marcos narrativos.
Inteligencia estratégica: anticipar movimientos de adversarios.
Gestión de complejidad: coaliciones, crisis, presión mediática.
Un CI muy bajo dificulta seriamente este tipo de tareas.
Uno extremadamente alto no es necesario ni especialmente frecuente en política.
La política no selecciona por brillantez cognitiva pura.
Personas con CI muy alto tienden a:
especializarse en ámbitos técnicos o científicos,
mostrar menor tolerancia a la ambigüedad política,
chocar con dinámicas de poder no racionales.
Por eso, la mayoría de líderes eficaces se concentran en rangos moderadamente altos, no extremos.
Esta estimación no dice nada sobre:
calidad moral,
aciertos o errores políticos,
honestidad,
empatía,
impacto histórico.
El CI solo mide ciertas habilidades cognitivas abstractas, no “valía” como gobernante.
La estimación 110–125 se basa en:
filtros académicos,
exigencias cognitivas del cargo,
datos poblacionales conocidos,
pero sigue siendo una conjetura razonada, no un hecho.
Un superdotado tiende a:
ver demasiadas variables,
detectar incoherencias rápidamente,
tener dificultad para simplificar sin sentir que “miente”.
La política exige lo contrario:
mensajes simples,
decisiones imperfectas,
relatos coherentes aunque no sean completamente ciertos.
Quien piensa “demasiado bien” suele pensar demasiado lento o demasiado complejo para el ciclo político.
La política está llena de:
votantes que no razonan linealmente,
adversarios que actúan contra su propio interés,
decisiones basadas en símbolos, no en datos.
Las personas superdotadas:
suelen frustrarse con rapidez,
intentan “corregir” el sistema,
subestiman la fuerza de lo emocional y tribal.
Eso reduce su eficacia política.
Los líderes políticos que sobreviven:
ajustan su discurso según el contexto,
aceptan contradicciones,
priorizan mantenerse en el juego.
Esto requiere:
inteligencia suficiente, no extrema,
mucha inteligencia social,
ambición y resistencia psicológica.
Un CI muy alto no aporta ventaja adicional aquí.
Cuando miras:
parlamentos,
jefaturas de gobierno,
cúpulas partidistas,
ves muchos perfiles:
verbalmente hábiles,
estratégicamente adaptativos,
cognitivamente sólidos,
pero muy pocos indicios de superdotación extrema.
No porque no existan personas así, sino porque el sistema las filtra fuera.
No es “no ser superdotado” como defecto.
Es que:
la política favorece la inteligencia funcional, no la excepcional.
Un CI moderadamente alto + gran inteligencia social + tolerancia a la ambigüedad
gana a la superdotación pura en el entorno político.
Deja un comentario