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¿Tenemos que trabajar en lo que nos gusta o en lo que nos dé dinero?

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

La pregunta que recoge el titular ha rondado por la cabeza de todos con el ímpetu, ahínco, denuedo y frenesí de una “mosca cojonera” (perdón por el exabrupto lingüístico, también, llamado ordinariez).

Muchos dan respuesta a este interrogante con categórica ligereza, con una seguridad implacable en su criterio, como si fuesen los dueños de la bola de cristal laboral (o de la piedra filosofal profesional).

Entre los que ofrecen respuestas categóricas, tajantes, a este dilema, se encuentran, por un lado, los entusiastas, y por el otro, los aguafiestas.

Los primeros son aquellos que contestarían, vestidos de “happy birthday”, que tienes que hacer lo que te gusta, aquello que te apasiona y motiva, en aras de cumplir tus sueños y desarrollar tus talentos; los segundos se caracterizan por aconsejarte que te dejes de rollos y pamplinas, que te dediques a una profesión bien remunerada, con independencia de tus gustos o querencias, porque, con esfuerzo y sacrificio, conseguirás lo que te propongas.

En términos más filosóficos, los entusiastas podrían ser tildados de vitalistas (por enaltecer lo que a uno le apasiona) y los aguafiestas, de kantianos (por colocar el cumplimiento del deber por encima de todo, incluso del sentido o porqué de dicho deber).

Desmarcado de ambas banderías, me encuentro yo, quien sostiene que ambas elecciones pueden ser acertadas, por diferentes que resulten, siempre y cuando sean realizadas con un mínimo de cabeza y responsabilidad, y sobre todo, con rectitud moral y honestidad.

Chesterton clasificaba en la categoría de los de Santa Juana de Arco a aquellos que escogían un camino y lo enfilaban sin titubeos; y ubicaba en el grupo de los de Nietzsche a quienes veían todas las sendas válidas, legibles.

En base a esta reflexión de Chesterton, he llegado a la conclusión de que estamos llamados a ser los de Santa Juan de Arco a la hora de vivir cristianamente y con rectitud, en la defensa de los principios inalienables, y que, con esto bien amarrado, seamos como los de Nietzsche en el terreno profesional (sin llevarlo al extremo, siempre con cabeza, responsabilidad y honestidad).

En síntesis, no hay una respuesta categórica al enigma que rotula esta publicación. Esta elección ha de estar guiada por una combinación entre la razón y la duda, véase por una racionalidad capaz de convivir con el misterio.

Vivimos en una sociedad que quiere certezas de las cosas dudosas y que duda de las verdades que son indiscutibles. Por un lado, no soporta el misterio, la incertidumbre, tiene sed de objetivar lo que no es objetivable, pero, a su vez, relativiza los valores objetivos; y a la sazón, abundan los que objetivan la vocación profesional de los demás, abocando a todos a hacer lo mismo, en aras de garantizar una especie de “supervivencia social”, de “estabilidad de rebaño”.

Volviendo la mirada al tema que nos ocupa, cabe destacar que Dios nos ha revestido de unos dones, talentos y carismas, los cuales fueron creados para ser aprovechados, exprimidos; en el mejor de los casos, tanto en el ámbito profesional como social, pero tampoco es imprescindible que nuestra profesión gravite en torno a los mismos; aunque sí en el terreno social, al servicio del Altísimo, puesto que el trabajo no lo abarca todo (no sólo de pan vive el hombre).

Yo, por ejemplo, creo haber recibido el don de la disertación filosófica, de la escritura y de la divulgación, pero no recibo un salario por ello, mi profesión es otra.

Así pues, si, dadas mis circunstancias, no vivo de este talento natural, sí que lo aprovecho, durante mis momentos de ocio, para ayudar a ser felices a mis venerables lectores y con el afán sentirme realizado; porque el trabajo no lo abarca todo. Hay vida más allá del negocio y del jornal. Como decía Oscar Wilde, con su habitual donaire e inclinación a la exageración, nuestro fin en la vida es el ocio inteligente (pese a que su razonamiento sea un tanto cómico e hiperbólico, alberga una parte significativa de razón; nuestra personalidad vital no se forja en el seno de una oficina, sino a extramuros de la misma).

Recuerdo cuando un buen amigo mío le dijo a otro íntimo que su trabajo le daba estabilidad económica y emocional, pero que no le motivaba. Este último le replicó que cultivase algún arte o afición en sus momentos de ocio, en aras de sentirse realizado. Esto es una demostración ilustrativa de que hay vida más allá del trabajo, de que todos nuestros dones no tienen por qué postrarse ante el altar de lo profesional; o sí, ojo, pero lo que quiero decir es que no es estrictamente obligatorio.

Uno puede bien, aplicar lo expuesto en el párrafo anterior, o bien, plantearse un cambio de rumbo en la órbita de lo laboral. Ambas opciones son válidas, siempre que sean escogidas desde la honestidad y con cabeza.

No podemos resolver este enigma con una respuesta categórica. Hemos de aprender a convivir con el misterio con ademán sereno, sin desgarrarnos en sollozos por ello, sin amargura; con calma, con parsimonia, sin aflicción.

Otra reflexión a este respecto digna de consideración es la de un amigo que tenía acreditados dotes para analizar el comportamiento humano, para llegar a conclusiones sensatas (desde la profundidad intelectual) y para empatizar con los sentimientos ajenos. Tras hacer acopio de una serie de carreras universitarias que podría cursar, percibió que las disciplinas de Psicología y de Filosofía encajarían muy bien con sus gustos y talentos. Ante este dilema, se decantó por formarse como psicólogo, dado que sería la que mayor estabilidad económica le proporcionaría entre las opciones que le entusiasmaban. Interesante punto de vista. Muy sensato y equilibrado, además de completo.

Circula por internet un esquema que puede arrojar luz sobre tus dudas, pero el cual tampoco considero sacrosanto. Me parece orientativo, pero no determinante; aclaratorio, pero no indiscutible.

A tenor de dicho esquema, hacer lo que nos gusta y se nos da bien, sería pasión; lo que se nos da bien y nos pueda dar dinero, profesión; lo que nos da dinero y el mundo necesita, vocación; y lo que el mundo necesita y nos gusta, misión.

Sería maravilloso que nuestra vida, en base a este esquema, tuviese tanto pasión como profesión, vocación y misión, pero no es imprescindible aglutinar todas ellas. De hecho, la falta de una de estas cualidades se puede compensar con el cultivo de otra.

De entre las citadas, la que sí que me parece imprescindible es la misión, véase lo que el mundo necesita y nos gusta hacer; seguida por la pasión, es decir, aquello que nos gusta y se nos da bien. Exprimir ambas no depende de la profesión que uno ejerza, sino de su proyecto vital, de lo que da sentido a su vida, de lo que goza de un valor trascendente. Hay vida más allá del trabajo. Como decía Oscar Wilde, con un estilo resabiado de comicidad y exageración, el fin del hombre es el ocio inteligente. Al final, los rasgos más profundos de nuestra personalidad no se suelen forjar en las interioridades de una oficina (en casos bastante excepcionales, sí que podría suceder, ojo).

Otro aspecto digno de ser tenido en cuenta es el de profundizar en los motores que nos mueven a la acción. La renombrada psiquiatra Marian Rojas Estapé hace hincapié en tres, que son: la voluntad, el amor y la pasión.

La falta de una de estas tres disposiciones del ánimo dificulta que uno luche con denuedo por conseguir algo (aunque, desde mi humilde punto de vista, no me parezca imprescindible la confluencia ideal de esta triada de cualidades).

A la voluntad, el amor y la pasión, yo le añadiría la predisposición, véase el talento que goza cada uno con respecto a lo que hace; aunque seguramente dicha predisposición forme parte de la órbita del amor. Ahora bien, lo recalco: no me parece imprescindible la confluencia de todas estas potencialidades, pese a que facilite sobremanera nuestras ganas de lograr algo, naturalmente.

Venerable lector, no sé si este artículo te ha servido para aclarar alguna duda o para enredarte más todavía. Ojalá que te haya sido de utilidad en el buen sentido de la palabra. Creo que, con una cuestión tan delicada e importante, no puedo ofrecer soluciones a la ligera.

Contacta aquí con el autor de este artículo, el escritor Ignacio Crespí de Valldaura

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