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Novios y casados: enseñanzas de Platón, Aristóteles y los clásicos para amar

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Columnista: Ignacio Crespí de Valldaura

Si procurásemos buscar, con mayor asiduidad, respuestas a los problemas de la vida en la erudición de los clásicos y en la sabiduría espiritual de los santos escolásticos, otro gallo cantaría en el devenir de nuestra singladura.

Dicho esto, doy el pistoletazo de salida con un asunto de permanente y palpitante actualidad: el enigma del amor matrimonial; con su quilométrica floresta de recodos, aristas, entresijos, intríngulis y sendas sinuosas.

El ‘ágape’

Como aperitivo de entrada, no hay nada más apropiado que empezar con el «ágape», es decir, con ese término clásico que alude tanto al amor espiritual como a aquel que implica un compromiso de índole familiar (este último conocido como «storgé»).

En otras palabras, se trata de un hemisferio amoroso con una vigorosa raigambre Judeocristiana, un llamamiento a la entrega incondicional, a la entera preocupación por la felicidad del ser amado (a lo que añado no ver al otro como un instrumento para la consecución de tus fines, sino como un fin en sí mismo).

El ‘eros’

A renglón seguido, es preciso hacer hincapié en el «eros», el cual se bifurca en dos corrientes; ambas necesarias.

Por un lado, tenemos el de corte mitológico, aquel que hunde sus raíces en el deseo sexual u amor carnal, íntimamente ligado a Afrodita, la diosa de la belleza y la sensualidad.

Por otro, se encuentra el de Platón, enemigo del anterior (pero, a mi juicio, complementario al mismo tiempo), que consiste en una forma de amar desprendida del apetito carnal (puesto que dicho pensador albergaba la errónea concepción de que el cuerpo es la cárcel del alma).

Sendas visiones enfrentadas las veo compatibles, en el sentido de que para trabar un compromiso amoroso es necesario tanto la atracción física como ser capaz de querer al margen de la misma.

La ‘philia’

Recapitulando, tenemos encima del tapete el «ágape» (que entraña un compromiso familiar y un afán de preocupación por la felicidad del contrario) y el «eros» (que comprende tanto la vinculación de carne como de alma).

Hecho este recordatorio, abro paso a la «philia», definida por Aristóteles, en su obra ‘Ética a Nicómaco’, como la amistad en todas sus formas; muy recomendable, a mi juicio, para la estabilidad de las relaciones amorosas.

Las mujeres anhelan ser amadas, mientras los hombres ansían ser admirados

La afamada psiquiatra Marian Rojas Estapé puntualizó que mientras las mujeres desean ser amadas por sus contrarios, a los hombres, les tiende a satisfacer más recibir la admiración de las mismas.

Por esto, pienso que el sexo femenino valora tanto la mera compañía por el masculino en los momentos de tribulación (incluso aunque sus aportaciones no se caractericen por su genialidad; la intención es lo que más tienen en cuenta, pese a que los varones lo perciban como inútil desde un punto de vista práctico, pragmático; el amor no entiende de utilitarismos).

Recuerdo, con ojeriza y estupor, aquella escena de la película ‘Barbie’, en la que se esboza como algo negativo que la mujer se digne a admirar al hombre. Si esta pulsión natural se extinguiese, las relaciones perderían una porción significativa de su encanto, coqueteo y emoción (un problema, por cierto, de rabiosa actualidad; sobre el que tendríamos que focalizar nuestra atención con reflexiva parsimonia).

Las cómicas, disparatadas y a su vez, interesantísimas reflexiones de Oscar Wilde

Oscar Wilde dijo, en un tono tan filosófico como jocoso, que las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser comprendidas. Marian Rojas suscribiría la primera parte de la frase y rechazaría la segunda. Yo matizaría que sí que buscan «sentirse comprendidas», pero no «serlo» en términos absolutos (es más, incluso me atrevo a afirmar que les generaría rechazo que las entendiésemos demasiado).

También, Wilde , afirmó, sin apearse de su frecuente hilaridad, que las mujeres son cuadros y los hombres, problemas; de ahí, que el sexo masculino se equivoque tanto al leer las señales del femenino, so capa de una mentalidad utilitarista (netamente práctica, puramente pragmática) y de una lógica matemática, reduccionista, que simplifica la riqueza de la psicología femenina al consabido «dos más dos son cuatro, cuatro y dos son seis».

El genio y lunático de Oscar Wilde, también, sentenció, con su descabellado sentido del humor, que es alarmantemente peligroso que una mujer logre comprender a un hombre, porque, de ser así, terminarían casándose. Pese a esta hiperbólica y enloquecida afirmación, arrebujada en gruesas capas de comicidad, he de reconocer que se cumple en reiteradas ocasiones. En mi opinión, por dos razones primordiales: la primera, porque las mujeres, por lo general, tienen una acreditada facilidad para seducir, mucho mayor que la de los varones; la segunda, porque guarda una íntima avenencia o estrecha relación con el impulso de admiración inherente al sexo masculino, del que habla Marian Rojas, en virtud del cual no es extraño que se enamoren a poco que les «doren la píldora».

Una última aportación de Oscar Wilde estaría recogida en aquella frase en la que dijo que a las mujeres, les gusta que las molesten. Suena un tanto oprobioso a un primer golpe de vista, pero sí que le doy la razón en el sentido de que les encanta sentir que estamos pendientes de ellas, hasta el punto de que prefieren el exceso a la falta de atención.

El peligro inminente de la ‘hiperexigencia’

Volviendo la mirada a la psiquiatra Marian Rojan Estapé, cabe destacar otra de sus aportaciones, que consiste en alertar de la trampa amorosa de la ‘hiperexigencia’; basada en perseguir esa perfección inexistente en el otro.

A esto, me gustaría agregar, de mi propia cosecha, que, para más inri, estos cánones de perfección tienden a ser de corte materialista (resabiados de un culto desaforado a la atracción física y a la posición económica); además, creo que obsesionarse con los mismos nos puede espolear a ver al otro más como un instrumento que garantice nuestra estabilidad que como un fin en sí mismo.

Cuando la ‘domperfección’ es enaltecida, la perfección resulta soslayada

Tamaña exaltación del ‘eros’ mitológico (el carnal) termina eclipsando al platónico (el del alma), fruto de sobrevalorar el «tanto tienes» e infravalorar la calidad humana (bondad, riqueza de las conversaciones, «inteligencia emocional», sentido del humor, ingenio, originalidad…). Se suele confundir la ‘domperfección’ con la perfección.

El teólogo Charles Moeller, en su ensayo ‘Sabiduría griega y paradoja cristiana’, define, lo que yo llamo ‘domperfección’, como tergiversar la idea de ‘perfecto’, en sintonía con los parámetros precristianos de rendir un tributo idolátrico a la belleza corporal, la fortaleza y el éxito. La perfección, en cambio, la entiende como cimentada sobre la Cruz de Cristo, como esa roca firme que nos empuja a dar prioridad a la misericordia, a la compasión con la fealdad y a la consciencia de nuestra debilidad.

Colofón final: ¿De qué nos alerta ‘El profesor’, la novela de Plácido Díez Gansert?

El escritor y crítico literario Plácido Díez Gansert, autor de nueve libros, nos advierte, en su novelaEl profesor, de la trampa de dar una importancia sobredimensionada a la posición económica al tiempo de comprometernos. El autor narra cómo una persona se casa con otra deslumbrada por su caudal monetario, y al final, le acaba siendo infiel con una tercera bohemia, ilustrada y diezmada a nivel salarial.

Cincelemos el siguiente mensaje en el frontispicio de nuestras almas: no veas a tu amor como un instrumento para la consecución de tus fines, sino como un fin en sí mismo.

Aquí, puedes agregar a Ignacio Crespí de Valldaura, autor de este artículo

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