Estanco cerca de mí / Fumar en terrazas / Estanco 24 horas / Fumar en pipa
AUTOR: El ingenioso hidalgo Don Pepone
Resulta meridiano que fumar como un descosido perjudica seriamente la salud. Los voceros del ‘establishment’ no hacen más que repetirlo con machacona insistencia; como un disco rayado; como una cantinela; como un sonsonete monocorde; con el mismo frenesí con el que se mueve la aguja de una máquina de coser.
Ahora bien, a pesar de esta turbamulta de advertencias, considero pertinente incorporar un matiz: fumar, a modo de hábito adictivo, es pernicioso, pero hacerlo en momentos solemnes es una delicia inexplorada; ocurre algo parecido con saborear un vino cuidadosamente elaborado en la campiña de un château francés y con trasegar cubatas de cianuro con cicuta (“mezclado, no agitado”) en un tugurio de mala muerte.
Fumar en pipa, tendido sobre un diván de loco sofisticado, es, como diría aquella canción de Enrique Iglesias, “una experiencia religiosa”. Supone un parón en la rutina, un éxodo del mundanal ruido, un momento de solaz y esparcimiento donde reina el silencio con su majestad más barroca.
Fumar en pipa nos obsequia con un silencio ceremonioso, de corte neogótico, de esos que hacen a la mente reposar, a la par que estimulan el intelecto; porque, a falta de ruido y ansiedad, el cerebro discurre mejor.
Este elegante y distinguido oasis de reflexión hace aflorar al filósofo que todos tenemos dentro; el cual permanece enclaustrado en la mítica caverna de Platón, ensombrecido por los sofistas y los utilitaristas de la sociedad de nuestro tiempo.
El silencio solemne que nos proporciona el fumar en pipa nos facilita afinar el oído para escuchar la voz de Dios, tan acallada por las distracciones mundanas y los ruidos mundanales; porque no se trata de un silencio cualquiera, sino de uno sublime, contemplativo, que nos sitúa delante de una vidriera gótica; es un silencio hermoso, que nos espolea hacia la máxima chestertoniana de buscar a Dios a través de la belleza.
Fumar en pipa es un ritual que un hombre de nuestro tiempo practica en un entorno exornado de belleza, en una atmósfera barroca que nos aísla, por unos precisos y preciosos instantes, de la mezquindad circundante.
También, es un ritual que cuando se practica acompañado, invita a sus participantes a entablar diálogos sublimes, palpitantes de elucubraciones intelectuales y de un humor refinado, aderezados con los mejores brebajes y envueltos en una arcadia barroca, repleta de reliquias, de libros y muebles ancestrales.
Este cúmulo de razones explica que a multitud de filósofos y literatos, les guste tanto ser retratados con una pipa pendiendo de sus labios. Nadie es capaz de pensar en J.R.R. Tolkien ni en Sherlock Holmes sin su humeante y distinguido cachivache.
Fumar en momentos solemnes denota, en el presente, ser poseedor de un acervo cultural digno de encomio, de un amor por la tradición y las buenas costumbres, de un respeto reverencial hacia los cánones del honor y de la cortesía, de un pundonor y una caballerosidad propias de un gentilhombre.
Fumar en momentos solemnes es una actitud propia de una persona atemporal, con un espíritu impermeable a las modas de los tiempos. Recuerdo que un señor muy amable, a quien le compré unos coches de plomo de Tintín, me dijo: “Si te gusta coleccionar esta clase de cosas, es porque eres buena persona”. Pues, lo mismo les ocurre a los fumadores ocasionales de puros y pipa.
Sir Roger Scruton definió a algunos egregios artistas, a pesar de sus inclinaciones progresistas, como los conservadores de nuestro tiempo, debido al cultivo de una serie de gustos y aficiones demodé en un mundo desarraigado de los mismos.
Lo mismo ocurre con aquellos que fuman puros en las terrazas de Mazarino y Richelieu ; y con esos bohemios asiduos a enfrascarse en tertulias en el Café Gijón; o a deambular con su pipa por las proximidades de Lhardy.