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¿En qué aspectos son buenas y malas las relaciones sociales?

Columnista: Ignacio Crespí de Valldaura

Tras reflexionar detenidamente sobre este asunto, he llegado a la conclusión de que hay que distinguir entre “crear comunidad” y “colectivizar las relaciones sociales”; la frontera que separa a una inclinación de la otra es tan fina como el corte de un sable, razón por la cual considero necesario matizar las diferencias.

Cumplir con los estándares sociales que nos convienen es, a mi juicio, “crear comunidad”; someterse a aquellos que no nos hacen ningún bien sería, desde mi punto de vista, “colectivizar las relaciones sociales”.

Preocuparse por ayudar el prójimo es “crear comunidad”; focalizar dicha preocupación en compararnos y competir con el mismo sería “colectivizar las relaciones sociales”.

El afán por contraer matrimonio y formar una familia para dar una estabilidad natural a nuestras vidas es “crear comunidad”; casarse, simple y llanamente, porque lo ha hecho una amiga tuya (y contemplar el divorcio como una posible vía de escape) sería “colectivizar las relaciones sociales”.

Preservar las tradiciones que están en sintonía con el amor de Dios es “crear comunidad”; casarse con las costumbres que no guardan semejante avenencia sería “colectivizar las relaciones sociales”.

Abandonarse al cumplimiento de las obligaciones que son éticamente aceptables es “crear comunidad”; convertir en deber cualquier cosa, por perniciosa que fuere, sería “colectivizar las relaciones sociales”.

Imitar a otro en algo bueno que atesora, sin envidia, vanagloria ni ánimo de superarle, es “crear comunidad”; codiciar sus virtudes, impulsado por un espíritu de rivalidad, sería “colectivizar las relaciones sociales”.

En definitiva, alejarse de los estándares sociales, simplemente por rebeldía, porque sí, es una actitud de corte individualista, que nos impide “crear comunidad”; ahora bien, curvarse ante las normas sociales sin una razón de peso, sin un motivo encomiable, porque sí, sería una postura de índole colectivista.

Los ‘ismos’ del individualismo y del colectivismo se curan con una receta muy sencilla: distinguir entre lo que está bien y lo que está mal; lo individual y lo comunitario no son buenos o malos per se, por sí mismos, sino que dependen del móvil que haya detrás, de la razón subyacente.

San Pablo nos reveló que tenemos la misión común de amar y servir a Dios, pero, también, un papel individual de cara al mismo, conforme a nuestros talentos y carismas; por consiguiente, a mi modesto entender, renunciar a nuestros talentos y carismas, para someterlos a las querencias o gustos de los demás, supondría colectivizar nuestra personalidad, y no “crear comunidad”.  

Como decía Alexis de Tocqueville, en su tratado La democracia en América, “Dios no piensa en el género humano en general. Ve separadamente a todos los hombres, y percibe a cada uno de ellos con los parecidos que lo acercan a todos y con las diferencias que lo separan”. Esta cita creo que establece, de manera meridiana, la diferencia entre “crear comunidad” y “colectivizar las relaciones sociales”, entre la individualidad bien entendida y el ‘ismo’ del individualismo.

Otro epigrama muy atinado a este respecto sería el estampado por Fiódor Dostoievski en Los hermanos Karamazov, el cual reza así: “Cuanto más amo a la humanidad en general, menos amo a la gente en particular”.

Contacta aquí con el autor de este artículo, el escritor Ignacio Crespí de Valldaura

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