28 de diciembre, día de los Santos Inocentes: ARTÍCULO EXTREMADAMENTE DIVERTIDO
Soy Josep Cuevas, terapeuta de pareja, profesor de sushi, coach, ejecutivo agresivo, filántropo y crítico de arte.
Para que me entendáis, soy alguien a quien le encanta hacer el amor con jerséis de cashmere y que sólo bebe vino si la botella cuesta más de setenta euros. No lo puedo remediar: la sofisticación es mi filosofía de vida…
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También, me invento que soy celiaco en las reuniones sociales, porque ello me convierte en una persona mucho más interesante. Lo importante es generar conversación. No lo olvides…
Me informo de la actualidad española en prensa francesa (o británica), porque soy un amante bandido del glamour, de las cosas bien hechas…
Prefiero que mi jefe me felicite por despedazar a un competidor antes que encontrar pareja. No lo puedo evitar: soy un tiburón con jersey de cuello, programado para la victoria…
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Siempre rechazo una taza de café, a no ser que éste sea colombiano. Nunca me escucharás decir que me guste un escritor clásico, excepto si se trata de Víctor Hugo, Marcel Proust o Umberto Eco. Sólo porque sus nombres suenan ‘sexy’. Nada más que por eso… Soy Josep Cuevas, y te brindo la oportunidad de conocerme…
Dice el refrán que «en El país de los ciegos, el tuerto es el rey»; y, por eso, me he arrancado los ojos, para triunfar.
Esta cita me define al pie de la letra, porque soy un Doctor Jekyll en mi casa y un Mr. Hyde de puertas hacia fuera. En otras palabras, me caracterizo por ser alguien fiel a sí mismo en privado y por fingir una personalidad distinta en público. ¿Y con qué objetivo interpreto este papel teatral? Pues, lisa y llanamente, con la máxima de adquirir fama, dinero y poder; porque mi verdadero yo no vende… No es comercial… Ni resiliente… Ni proactivo… Ni reciclado… Ni siquiera empoderado…
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Si, en la privacidad de mi hogar (dulce hogar), soy un “fin de raza”, de cara a la galería, emulo ser un “adelantado a su tiempo”. En otros términos, soy un chapado a la antigua en la vida real y un gafapasta vendehúmos en la realidad virtual -y artificial- de esta nueva era digital.
En resumen, soy un oportunista de tomo y lomo, alguien que renuncia, por entero, a su personalidad, para amoldarla a los gustos y querencias del público mayoritario. No arriesgo, apuesto sobre seguro; porque juego mis cartas en el tapete de los triunfadores…
Si, en la vida real, soy un homo sapiens, en la órbita exterior, me transmuto en hombre lobo… En aquel lobo de la canción de Miguel Bosé (no intentes buscarle el sentido a lo que acabo de decir, porque no lo tiene) … Además de en un lobo de Wall Street… Porque, bajo el techo de mi bicoca, soy un humanista de pro, pero, en el orbe digital, me comporto como un cíborg… Sí… Como un cíborg programado para la victoria…. Y sediento de sangre: con chisporroteantes ansias por hincarle el colmillo a sus competidores… Porque, como sentencia Gordon Gekko en la célebre película, “o millonario, o nada”.
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Si, en el sillón de orejas que habita en mi “cuarto prohibido” (el cual yace escondido tras las puertas de un armario cerrado con llave, para que nadie lo descubra), leo con fruición a los clásicos (mientras escucho música clásica en un disco de vinilo), en los gastrobares con biblioteca, leo con resignación los últimos bestsellers; porque no puedo traicionar a mis “followers” … Y debido a que me facilita echar más polvos… Tampoco lo voy a negar…
Si, cuando nadie me ve, visto con unos chinos beige, unos mocasines burdeos con borlas, una camisa de rayas azules y blancas con las iniciales bordadas y gemelos, y con el torso cubierto por un legendario jersey de pico, mi indumentaria sufre una metamorfosis copernicana al salir de la caverna: me transformo en un ligón con jersey de cuello vuelto, gafas de pasta, pantalones pitillo desgastados y zapatillas Converse; porque “me gusta hacer el amor con jerséis de cashmere” …
Si abundan aquellas personas que hacen prometeicos esfuerzos por unir dos de sus apellidos, para parecer más de lo que son, yo me los recorto, para parecer menos; porque es lo que se estila hoy en día… Lo que triunfa… Lo que “peta” … Te permite venderte a ti mismo como un “self-made man” (u hombre hecho a sí mismo) que ha construido un imperio desde la nada (o “desde un garaje”, como dicen las lenguas modernas) … Un relato que, por cierto, es el no va más en redes sociales… ¡Cuántos likes me han dado mis falsas historietas de superación! ¡Y qué cantidad de relaciones de cama he trabado a expensas de tales narrativas! Todo ello sin contar la cantidad de libros que he vendido… El tránsito de Ilmo. Sr. Don José Cuevas de Altamira y Sancho de Atapuerca a Josep Cuevas ha inundado mis arcas de oro; porque «si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie», tal y como sentencia Tancredi Falconeri, sobrino del Príncipe Fabrizio Salina, protagonista de El Gatopardo (la célebre novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa).
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Este archiconocido epigrama del libro de Lampedusa («si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie») es pronunciado por un noble que se adapta a los nuevos vientos revolucionarios, con el objetivo de evitar ser despojado de su estatus y de sus bienes; en otras palabras, cambia de chaqueta para que su situación no cambie. Así pues, yo, Josep Cuevas, he hecho exactamente lo mismo al recortar mis apellidos, catalanizar mi nombre (pese a ser oriundo de Madrid), renunciar al Marquesado de Sotojade, presentarme como de centro-izquierda e inventarme que soy self-made man (u hombre hecho a sí mismo) “de orígenes humildes”.
Esta actitud me hace sentirme reflejado en la figura de Lord Altrincham, quien abjuró de su título -para convertirse en John Grigg– después de conseguir que la Monarquía Británica renunciase a buena parte de su pompa y su boato; además de declararse progresista.
Eso sí, más identificado me siento todavía con Tony Armstrong-Jones, quien era un fotógrafo contrario a las convenciones artísticas y reticente a la moralidad natural, antes de contraer matrimonio con la Princesa Margarita. De hecho, en un episodio de The Crown, el marido de la Reina Isabel (es decir, Felipe, el Duque de Edimburgo) le dice a Margarita que tiene a su propio Lord Altrincham, a lo que ella replica: “sí, pero me temo que el mío es un poco mejor en la cama”. Por esto último, me veo aún más en sintonía con él.
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Continúo resaltando más aspectos de mi personalidad ambivalente: si, en público, me declaro antitabaco (menos en las entrevistas, ya que me da un aire muy sofisticado, a lo Jean-Paul Sartre y Albert Camus), en el “cuarto prohibido” de mi casa, me fumo los mismos Romeo y Julieta que se embaulaba Sir Winston Churchill.
Cuando hay elecciones, siempre voto por correo, para que nadie pueda ver, bajo ningún concepto, que he votado a la derecha. En público, como puedes intuir, alardeo de ser socialdemócrata y liberal al mismo tiempo, además de democristiano; porque quiero representar la nada donde cabe todo; y, a tal fin, siempre orbito lo más cerca posible del centro político.
Mi talante ambiguo y sosegado me disuade de dejar de ser invitado a las tertulias de los medios de comunicación de mayor audiencia, además de que me permite figurar como columnista de opinión en casi todos los periódicos de mayor tirada; porque el postureo es mi filosofía de vida… Y dado que pagan mucho mejor… Unas veces, doy mi apoyo al PSOE moderado y otras, al ala más progre del PP, según convenga; porque soy un oportunista… Y me lucro con ello…
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En su momento, evidentemente, fui un fervoroso entusiasta de Ciudadanos. Rechazo sin miramientos a Podemos, por parecerme atávico, agreste y poco sofisticado, pero me deshago en loas ante Yolanda Díaz, Manuela Carmena, Ernest Urtasun y ante el difunto Julio Anguita (bajo el alegato de que me parecen unos izquierdistas más glamourosos, civilizados y europeos). También, empecé a proclamar lo mismo de Juan Carlos Monedero, tras enterarme de que era amigo de Carmen Lomana …
Si, cuando estoy recluido en mi casa, me dedico a trasegar cervezas como un vikingo-dromedario (veo que me acabo de inventar una nueva modalidad de centauro), y a devorar pantagruélicas hamburguesas y trémulos chuletones, en la vida pública, me ufano de ser un “real-fooder” cien por cien estoico y bajo en calorías; al que le fascina alimentarse a base de algas, sopa miso y edamames; a quien una birra le parece poco sofisticada, véase un aguachirri de cebada orientado a soliviantar los ánimos de taberneros medievales (y futbolísticos).
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Además de esto, me declaro abstemio, excepto con aquellos vinos que cuesten más de setenta euros. No cabe duda de que soy un hombre de paladar exquisito… Un esnob patanegra, pero sin grasa de cerdo…
En definitiva, tengo un enconado conflicto interior entre mi honorable Doctor Jekyll y mi deplorable Mr. Hyde; aunque para esculpir mi personalidad ambivalente (por no decir “mi veletismo patológico”), también, me he servido de otros referentes literarios; e intelectuales.
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