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Felicidad: pautas serias y profundas para alcanzar un grado encomiable

COLUMNISTA: Ignacio Crespí de Valldaura

A modo de introducción, considero pertinente aludir a cinco sentidos que, adecuadamente encauzados, nos pueden proporcionar un grado encomiable de felicidad. Éstos son: los corporales, el sobrenatural, el crítico, el común y el del humor; el Obispo José Ignacio Munilla alentó a poner esmero en cultivarlos durante la presentación de su último libro, ‘El fuego de la verdad: Munilla comenta a Chesterton’.

Amor, trabajo, cultura y relaciones personales, cuatro ejes vertebradores de la felicidad

El psiquiatra Enrique Rojas recomienda un esquema de cuatro aspectos de nuestra vida a cuidar para ser más felices, que son: amor (el primordial, entendido en todas sus dimensiones), trabajo (el segundo en grado de relevancia, apreciación de la cual discrepo), cultura y relaciones personales; y establece un quinto no tan importante, que son las aficiones.

Desde un prisma científico, existen cuatro hormonas dignas de tener en consideración, que son: dopamina, asociada a la motivación o recompensa (la que proporcionan los retos u objetivos ilusionantes); serotonina, relativa a un estado emocional equilibrado; oxitocina, relacionada con el amor (tanto en el ámbito social como amoroso); y endorfinas, íntimamente ligadas con la sensación de calma producida por el ejercicio físico.

Huelga afirmar que las pautas de cada uno de los tres párrafos anteriores están estrechamente conectadas entre sí; y un desarrollo saludable de las mismas nos puede obsequiar con un grado plausible de bienestar emocional.

Felicidad verdadera y bienestar emocional no son lo mismo, pero están relacionados

¿Y se puede entender este bienestar emocional como sinónimo de felicidad? En mi modesta opinión, creo que es un grado adquirido de la misma, pero no tan elevado como para hablar de una felicidad auténtica, escrita con letra historiada.

Decía Shakespeare que se suele ver la felicidad como no ser demasiado felices. No hay que confundir bienestar con felicidad auténtica, ni relajación con paz verdadera, aunque considere que sí son grados adquiridos de las mismas, puesto que existe una íntima avenencia entre las cosas del alma y el cuerpo.

La búsqueda de sentido, el gran paso para alcanzar una felicidad con letra historiada

Aristóteles escribió, en ‘Ética a Nicómaco’, que “seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un blanco”. Esta cita nos lleva a esa “búsqueda de sentido” o “logoterapia” en la que tanto incidió el psiquiatra Viktor Frankl.

Este médico judío, en su archiconocido libro ‘El hombre en busca de sentido’, narró sus vivencias en un campo de concentración, y cómo los prisioneros que tenían un sentido sólido de la vida sobrellevaban con mayor entereza el trance de desfilar hacia la muerte.

Amar a Dios, la piedra angular de la búsqueda de sentido 

En calidad de católico practicante, aprovecho para añadir que una de las cinco vías de Santo Tomás de Aquino es la de la perfección, entendida la misma como gradual, sólo perteneciente a Dios en grado sumo. De esta guisa, la felicidad absoluta es patrimonio exclusivo del Señor, y a la sazón, amarle nos aproxima a la felicidad verdadera; pero, ojo, pienso que no seguir adecuadamente su estela no quita que existan grados. Paradoja sencilla y complicada al mismo tiempo. Así, entendía Adam Zagajewski la vida espiritual.

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