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Un político y un periodista prohíben las piscinas ¡Con el apoyo del pueblo!

Columnista: Ignacio Crespí de Valldaura

¿En qué lugar del mapamundi ha tenido lugar semejante despropósito? ¿Cómo ha sido posible que esta medida haya sido secundada por una mayoría simple del electorado?

A modo de introducción, quiero puntualizar que se trata de un relato corto que me acabo de inventar. Ahora bien, venerable lector, me gustaría interpelarte, preguntarte en qué medida te has creído el titular de esta publicación; puesto que vivimos en unos tiempos en los que la realidad supera a la ficción (y además, con creces, hasta límites que no conocen órbita).

Esta noticia ficticia ha tenido lugar en Moderalia, una aldea diminuta, edificada desde los andamios de mi imaginación, y adyacente al tolkieniano averno de Mordor. Se trataba de una arcadia aparentemente feliz, con rostro de paraíso y alma de tiranía.

Era un infierno ‘mordoriano’, pero, en superficie, una deliciosa mezcolanza entre Hobbiton y Rivendel. Era la desolación disfrazada de ‘happy birthday’, momificada por jirones de confeti, camuflada en una alegría de lo más mezquina y vaporosa.

Esta alegría ingrávida estaba sazonada por una abundancia de fiestas y comodidades, que distraía a sus habitantes de la incesante concatenación de prohibiciones; perdón, de ‘restricciones’, que era el eufemismo utilizado por el ‘establishment’, para que la tiranía resultase más amable y decorosa. De hecho, sus gobernantes aprendieron esta lección de Alejandro Magno, quien apuntaló su omnipotencia al propagar el hedonismo entre varios de sus súbditos; de tal modo que quedase minada cualquier ansia de rebelión.

El destino de esta comarca estaba capitaneado por un político hábil y un periodista inescrupuloso. Sendos personajes eran conocidos, respectivamente, como Sánchez y Sancho; ambos encarnaban una versión envilecida de Hernández y Fernández, o un dúo de antihéroes (bastante antagónico al trabado por Don Quijote y su escudero).

Un aciago día, el político Sánchez ideó una estratagema, orientada a acrecentar su poder sobre unos ciudadanos un tanto escurridizos y contestatarios. La táctica consistía en prohibir -perdón, ‘restringir’- el acceso a las piscinas, con la intención de que superar dicha prueba le diese carta blanca para ejecutar un mayor número de prohibiciones. De romper el hielo, en rigor, se trataba; porque, una vez abierta la caja de Pandora, su plan marcharía sobre ruedas. Su fin último era que los habitantes de Moderalia se terminasen por acostumbrar a las ‘restricciones’.

Con tal fin, Sánchez le presentó su proyecto al periodista Sancho, quien hizo impagables contribuciones para depurar la estrategia.

-. Acabo de hacer acopio de un sinfín de noticias, que informan de casos en los que el cloro de las piscinas ha extraviado significativamente la piel de los bañistas. A esto, le he incorporado otras publicaciones, que hacen hincapié en los efectos perniciosos de la cantidad de crema solar, orina y microbios corporales que se pueden arremolinar en las aguas… – Sentenció el periodista Sancho, con una seguridad incombustible en la efectividad de su artimaña.

-. Buen trabajo, Sancho, pero… ¿Acaso el porcentaje de casos no es demasiado residual? La oposición podría centrar el tiro en esta dirección… – Preguntó Sánchez, con la agudeza propia de un político experimentado.

-. ¡Lo importante no es el porcentaje, Sánchez! Sino el número de noticias que publiquemos al respecto; incluso de diversas partes del mundo, no importa. Si monopolizamos los informativos con este asunto, convertiremos este hecho irrisorio en el drama nacional – Replicó Sancho, con una seguridad en su plan aún más implacable

-. Muy interesante, Sancho, muy interesante… Aunque ¿No sería un tanto descarado monopolizar los informativos con esta temática? – Apostilló Sánchez, a la espera de una respuesta formidable por parte de su interlocutor.

-. Esperaba que me formulases tal interrogante, Sánchez. La táctica versaría sobre lo que yo llamo una ‘monopolización relativa’; véase que este asunto ocupe el treinta y cinco por ciento de la cuota informativa. De este modo, lo conseguiremos transfigurar en el drama nacional, sin que parezca que nos negamos a informar sobre otros sucesos de rabiosa actualidad… – Culminó Sancho, con un aplomo imperturbable.

-. No discuto ni una coma más de tu plan, Sancho. Ahora, en calidad de politólogo, me gustaría proponerte que cavilases un nombre para condenar el pasatiempo de bañarse en las piscinas – Agregó Sánchez, con madera de político avezado.

-. Para ello, mi querido Sánchez, lo único que tenemos que hacer es recurrir a los proverbiales ‘ismos’. Así pues, con calificar esta conducta como ‘piscinismo’, será suficiente – Matizó Sancho, con un maquiavelismo de lo más taimado y revirado.

-. ¡Formidable, Sancho! Un término simplón y efectivo, luego dos veces bueno. Para redondear la estratagema, estimo aconsejable que añadamos alguna terminología más despectiva, en aras de acusar a nuestros contrincantes con mayor crudeza. Esto sería la cuadratura del círculo – Repuso Sánchez, resabiado de ambición y poder.

-.  Al ‘ismo’ de ‘piscinismo’, le incorporaremos una fobia. ¿Qué te parece rescatar la palabra ‘hidrofobia’ del ostracismo lingüístico? – Preguntó Sancho, con visos de dudas en su nueva ocurrencia.

-. De ‘hidrofobia’, más bien, nos pueden acusar nuestros detractores, Sancho -Tras respirar con hondura reflexiva, prosiguió con su disertación- Aunque pensándolo bien, le podemos dar la vuelta a la tortilla y blandir este concepto para señalar a los “maltratadores del agua”, con el estigma de ‘hidrofóbicos’ – Recalcó Sánchez, mientras una sonrisa maliciosa jugueteaba en sus labios finos y apretados.

-. ¡Bingo, Sánchez! ¡Eureka! De este modo, además, lograríamos que nuestros adversarios no pudiesen apropiarse de dicho término para contraatacarnos – Concluyó Sancho, henchido de un febril y sórdido entusiasmo, que teñía su rostro de un llameante rojo cobrizo.

De esta guisa, Sánchez y Sancho se dispusieron a instaurar su tiranía bicéfala (véase de dos cabezas).

Sancho se consagró, con denuedo y frenesí, a la recopilación de noticias amarillistas. Tras escrutar los rincones más inhóspitos de los tabloides informativos, pudo hacer acopio de una extensa retahíla de sucesos tragicómicos, acaecidos en los confines más remotos de la Tierra (relacionados con las piscinas, naturalmente); los cuales envolvería, después, en un halo de dramatismo asquerosamente ‘merengoso’ y torticero.

Así pues, Sancho utilizó la televisión pública para airear sucesos que transformasen el “darse un chapuzón” en anatema; con sus sambenitos correspondientes, conceptualizados bajo los términos ‘piscinismo’ e ‘hidrofobia’ (los cuales eran repetidos como un sonsonete monocorde). De cada nueve noticias que eran relatadas en los informativos, tres estaban destinadas a la materia en cuestión. Una exhibición obscena de sensacionalismo político.

Tras ser cacareadas tales noticias con machacona insistencia, la cantinela desplegó los efectos deseados: Sánchez promulgó una ley que ‘restringía’ el acceso a las piscinas, con el apoyo de una mayoría simple de los residentes de Moderalia. Un segmento considerable de la ciudadanía ya tenía el sonrojo de justificar semejante atrocidad; lo veían como algo absolutamente normal, para colmo del esperpento.

Este atrevimiento legislativo contribuyó a apuntalar la omnipotencia del líder. Traspasada esta barrera que parecía infranqueable, Sánchez ya podía permitirse la osadía de prohibir -perdón, ‘restringir’- un sinnúmero de cosas adicionales. Como dice el refrán, “hecha la ley, hecha la trampa”. La tiranía había logrado “abrir el melón”; y así, abrirse paso (con la aquiescencia de un pueblo hipnotizado).

Sin embargo, transcurridos unos meses, la corrección política fue llevada a tal grado de paroxismo que un puñado numeroso de los habitantes de Moderalia empezó a protestar. Sánchez y Sancho habían tensado la cuerda más de la cuenta. El puritanismo se les estaba yendo de las manos.

Finalmente, Sánchez fue depuesto por la oposición; y Sancho, relegado del cargo en la televisión pública, como no podía ser de otra manera; y a decir verdad, los opositores no reaccionaron contra la ignominia movidos por altos ideales, sino a causa de que les habían limitado sus actividades de ocio más preciadas (rebelión que, por beneficiosa que fuese, poco tenía de heroica).

A Sánchez y Sancho, les costó sobremanera digerir su derrota. Sus rostros palidecieron y amarillearon al unísono, como si fuesen bustos -de caudillos derrotados- tallados en marfil. Los ojos de ambos enrojecieron como el carbón encendido de las chimeneas victorianas. Un hormigueo helado recorrió, como un seísmo rabioso, los cuatro costados de sus cuerpos; aunque tal estadio de estupor no les impidió mantener la compostura, en un mortificado ademán de excitación contenida. Sánchez y Sancho, transidos de pena y marmolados por el dolor, se vieron forzados a rehacer sus vidas.

Las ‘restricciones’, por desdicha, continuaron. El nuevo Gobierno no tuvo el valor -ni el suficiente respaldo popular- para derogarlas; aunque sí que suavizó buena parte de ellas (que no todas, ni mucho menos), a base de presentar enmiendas que almibarasen un poco sus efectos.

Por ejemplo, la ley que castigaba el ‘piscinismo’– con multas de una cuantía superlativa- fue sustituida por una norma de ‘piscinismo responsable’; consistente en que los mayores de edad pudiesen acudir a una piscina en franjas horarias muy concretas (y tras haber formulado una solicitud previa).

Un arreglo parecido le fue aplicado a la mitad de las medidas aprobadas por Sánchez y Sancho.

Contacta aquí con el autor de este relato corto, el escritor Ignacio Crespí de Valldaura

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