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¿Qué opina Don Pepone sobre ‘La isla de las tentaciones’?

AUTOR: El ingenioso hidalgo Don Pepone

Es clarividente que mi opinión no puede ser positiva, dado que se trata de un programa mórbido de voluptuosidad, que fomenta el libertinaje concupiscente, además de aquello que el establishment califica de amor libre, puesto que el alma máter del mismo es normalizar las cornamentas amorosas entre los diversos bakalillas patrios que interactúan y sobreactúan.

¿Persigue este programa, de forma soterrada o indirecta, disolver la idea de matrimonio? 

A esta calamidad, anexémosle algo peor que el libertinaje libidinoso, que es la intencionalidad de disolver la idea de estabilidad amorosa, lo que empuja al espectador a autoconvencerse de que el noviazgo no es una entidad perdurable que requiera de compromiso y fidelidad. Y pienso que la finalidad subyacente de esto es conseguir que el televidente termine pensado lo mismo del matrimonio. Vamos, igual que hacen la mayoría de las series, películas, novelas y tabloides informativos de la sociedad de nuestro tiempo. Nada nuevo bajo el sol.

Los que cometen infidelidad se autojustifican, hasta el punto de convertir a sus víctimas en verdugos

Otro fenómeno que me sorprende hasta límites que no conocen órbita es la caradura de aquellos que ponen los cuernos a sus respectivas y la de aquellas que lo hacen con sus respectivos. A ver, no cabe duda de que lo que ocurre en este programa es ficticio, histriónico, teatral, pero ilustra sobre una realidad aterradora, que es la de cómo los infieles se autoexcusan de sus fechorías, hasta el punto de transformar a las víctimas en culpables. Lo que viene a decir más de uno, de dos y de tres desleales es algo así como que le puse los cuernos porque no supo hacerme sentir querido. De este modo, se normaliza la práctica de que el damnificado pase a ser el malo de la película.  

Un aspecto de La isla de las tentaciones que me ha sorprendido para bien

Ahora bien, pese a mi acerba y acerada crítica, que no por ello inmerecida, sí que voy a reconocer un aspecto de La isla de las tentaciones que me ha sorprendido para bien. Reconozco que es de los pocos programas de televisión en los que tanto las mujeres como los hombres pueden ser los malos de la película, sin caer en el puritanismo doctrinario de la corrección política. Tampoco aturden al espectador con la cantinela ensordecedora de la neolengua, edulcorada bajo el eufemismo de lenguaje inclusivo, lo cual, en los tiempos que corren, me llama poderosamente la atención.

¿Por qué pienso que los gendarmes de la corrección política permiten, en La isla de las tentaciones, algunas cosas que serían vetadas de ipso facto en otro tipo de programas?

Creo que los paladines del establishment, los jerarcas del statu quo, los patriarcas del poder omnímodo, los caudillos del mainstream progresista, hacen deliberadas excepciones a la hora de permitir comportamientos contrarios a su dogmatismo progre. Y así, ocurre con La isla de las tentaciones.

George Orwell, en su profética novela 1984, explica cómo un régimen totalitario, censor de cualquier tipo de libertinaje, hace una excepción con los estratos sociales marginales, cuyos integrantes son conocidos como los proles. ¿Y por qué con ellos el poder se muestra tan laxo? Lisa y llanamente, para evitar una rebelión a causa de su descontento. Así pues, considero que el establishment hace algo similar con esta suerte de programas televisivos. Pienso que si el mester de progresía extendiese los tentáculos de su puritanismo hasta todos los estamentos de la sociedad, firmaría la sentencia de su desaparición.

Si nos remontamos a la Grecia clásica, podremos ver cómo el epicureísmo, la filosofía hedonista por excelencia, gozó de un predicamento inusitado bajo la tiranía de Alejandro Magno. De hecho, la corriente de pensamiento epicúrea entendía que la involucración en asuntos políticos no resultaba placentera para la ciudadanía, razón por la cual lo propio era permitir que un tirano se ocupase de tan tedioso cometido, en aras de liberar a los ciudadanos de una responsabilidad opuesta a la idea de placer. A la sazón, creo que los prebostes de la corrección política permiten unas cuotas de hedonismo a determinadas personas para que su puritanismo no sea derrocado.

Conclusión

Como colofón final, voy a resumir el contenido del artículo en este último renglón. Pienso que La isla de las tentaciones persigue disolver la concepción de amor estable y por extensión, la idea de matrimonio, además de normalizar que los infieles se autojustifiquen y conviertan a sus cornudas víctimas en culpables. Los gerifaltes de la corrección política, estos policías del pensamiento, permiten, de manera excepcional, la promoción de licencias de conducta que a otros les serían vedadas, para evitar la rebelión de los estratos más indomables de la sociedad, tal y como el régimen orweliano de 1984 hace con los proles y del mismo modo que sucedía con el epicureísmo durante la tiranía de Alejandro Magno.

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