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LO MÁS LEÍDO: Los 4 gobernantes locos que muy pocos conocen

COLUMNISTA: Pelu Crespins, divulgador de historia y crítico musical

Aquí, no vamos a tratar quienes fueron los tiranos más sádicos y perversos de la historia (qué mal debe estar la condición humana para que haya habido tantos).

Más bien, vamos a tratar a gobernantes locos, dígase excéntricos, dígase de comportamiento errante, dígase no muy convencionales, dígase no muy adheridos a la política única de pensamiento cuerdo, estándar y universal; según cuales sean los parámetros establecidos. A lo que vamos, aquí van:

1.- El rey Farouk de Egipto (1937-1952):

Este rey estaba poseído por el espíritu de la gula, de tal modo que se tiraba prácticamente todo el día engullendo. Destaca su consumo de unas 30 latas de Coca Cola diarias y comerse el caviar a cucharadas, para muestra de lo glotón y lo rico que es. ¿No les suena haber visto alguna vez una caricatura de un obeso con túnica y fez? Marvel Comics lo caricaturizó. En una recepción con Winston Churchill, no tuvo mejor ocurrencia que mangarle el reloj en un despiste o en una borrachera. Sí, el típico reloj de bolsillo de lord inglés con su cadenita;no tenía mal gusto, desde luego. También le envió una carta agradecimiento al Führer por invadir su país en la IIGM. En el colmo del delirio, soñó que era atacado y devorado por leones, ¿consecuencia? Eliminación genocida de todos los leones de Egipto, en zoológicos principalmente. Y por último, tras su muerte se descubrió la colección de porno más extensa y variada que se recuerde; aunque no se sabe si era superior a la de Alfonso XIII.

2.- Luis II de Baviera (1864-1880):

El romanticismo del siglo XIX otorgaba elevada importancia a la extravagancia y a la sublimación de los sentimientos y por ende, aquí no tenemos a un loco, sino al monarca romántico por excelencia. En primer lugar, fruto de algún tipo de desorden mental, a Luis II le gustaba hablar solo en las estancias de sus palacios; pero no divagaba, sino que tenía acaloradas discusiones consigo mismo que podían durar horas para estupor de los cortesanos que merodeaban. Construyó uno de los castillos más caros de la historia: el de Neuschwanstein; en la falda de los Alpes. El caso que prácticamente dilapidó la fortuna de su familia construyendo castillos y palacios. Por último, Luis II y fruto de su admiración a Wagner, quiso que la decoración interior girase en torno a sus obras. En su testamento parece ser que Luis II mandó la destrucción del castillo de Neuschwanstein tras su muerte; acción que gracias a los dioses germanos no se llevó a cabo. De hecho, lo que fue la ruina de su familia, a lo largo de los años se ha convertido en el monumento más visitado de Alemania, compensando con creces la inversión. ¡Que todas las locuras sean construir semejantes obras de arte a fin de cuentas! Arruinará la economía, pero colmará el alma.

Christian VII de Dinamarca (1766-1808):

Entre los reyes clásicos siempre ha existido el mismo fenómeno, el de la consanguineidad, y la ciencia dicta que cuanto menos se mezcle la sangre, más posibilidad hay de que salga un rey mongo. Así es la naturaleza. Parece ser que este rey danés, en las cenas y recepciones reales, se dedicaba a cargar comida en su cuchara y disparársela a quién estimase oportuno, así sin más, ¿qué hay de malo en ser un poco juguetón? Siempre y cuando seas el rey, claro está. Si por un casual te agachabas y el rey estaba a la retaguardia, el monarca instintivamente te hacía un salto de rana, es decir, te saltaba por encima. Bueno, ya puestos, yo prefiero a este pícaro monarca que a Stalin o a Pol Pot.

Jorge III de Inglaterra (1760-1801):

Posiblemente, si hagan una encuesta en Reino Unido sobre sus peores reyes en la historia, es muy posible que salga este monarca como el primero y eso que Inglaterra se encontraba en pleno apogeo expansionista colonial; pero este fue el rey que perdió los EEUU como colonia inglesa. Políticas aparte, tenía ataques incontrolados de ira en donde hacía pataletas e iba derribando todo lo que encontraba a su paso hasta el punto de que debían ponerle una camisa de fuerza para que la cosa no fuese a más. Tenía por costumbre convocar a reyes y generales para una audiencia, pero entre estos convocados estaba Isabel I, el rey Arturo, Julio César… La gota que colmó el vaso fue nombrar a su almohada como su sucesor real, bajo el nombre de Octavio. A partir de este momento, su carácter fue más bien simbólico, pues toda labor de gobierno fue prácticamente delegada. Lo que hubiese tenido lo suyo es haber juntado en una recepción real a Cristian de Dinamarca y Jorge III, y eso que eran coetáneos, ¿Alguna crónica oculta sobre el evento?

‘Es difícil trazar con objetividad la delgada línea mental que separa la locura de la cordura’ (Pelu Crespins).

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