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Tener más ‘likes’ y visitas no te convierte en mejor persona

Autor: Pepocles de Antioquía

Porque un contenido goce de más “likes” y visitas que otro no tiene por qué ser mejor.  Soy consciente, querido lector, de que no eres gilipollas, y de que no hace falta que venga yo a explicarte esto, pero te recuerdo que muy probablemente practiques, de manera inconsciente, la conducta que estoy tratando de condenar. Ahí, sí que te he pillado, “mamonazo”, “mamonaza” y “les mamonaces”.

Sin más desternillantes prolegómenos, estoy hasta las narices de ver que el primer juicio de valor que emite una persona de un artículo, un vídeo en YouTube o una foto de Instagram sea el puñetero número de ‘likes’ y visitas.

Parece que si un contenido es una inmunda, fútil, banal, pueril y trivial mierda, y atesora muchas visitas (o “likes”), traspasa victorioso la aduana de la crítica inmediata. Y lo contrario: si es excelso, superlativo y maravilloso, y no ha acuñado apenas “clics” ni corazoncitos, es desdeñado de ipso facto, despreciado en un avemaría o santiamén.

Pues, en base a mi experiencia con una web de cerca de ocho millones de visitas en año y medio de singladura, me atrevo a afirmar, sin ningún género de ambages ni circunloquios, que tengo la sensación de que cuanto más superficiales y estúpidos son los contenidos, de mejor predicamento “viral” gozan. Y viceversa: los más sublimes, los que requieren mayor celo, esmero, dedicación, amor y cavilación, conforman menos del uno por ciento del tráfico obtenido. Con esto, lo digo todo.

Sufro una sensación similar al observar los tabloides de Instagram. Si publico una imagen radiante y hermosa de Nuestro Señor Jesucristo alumbrando al mundo con su Sagrado Corazón, no recolecta una cifra superior a 30 ‘me gustas’. La misma suerte corre la publicación de un párrafo lapidario que emana de la pluma de un clásico y prodigioso escritor.

En cambio, si publicas una frase insulsa, descafeinada y “moñas” con un horizonte hortera como fondo, o una foto en el gimnasio, acariciando a un perrito mientras pones cara de Hugh Grant o “postureando” en una boda con personas de lo más “trending topic”, el gallinero te unge con el aceite sagrado de los corazoncitos.

Con esto, no quiero dictar la sentencia categórica de que “contenido mezquino igual a obtención de visitas” (también, existen honrosas excepciones en las que algo legible y plausible, además de loable, goza de un refulgente predicamento, de una flamante divulgación).

Sin embargo, lo que sí que pretendo es hacer meridianamente visible que el valor de una publicación no es directamente proporcional a su éxito en redes sociales.

El valor de algo no es sinónimo de su buena fama. Todos los sabemos, pero nos viene de fábula que nos lo recuerden de vez en cuando, puesto que, en la práctica, nos solemos comportar como si lo desconociésemos.

Criticó José Ortega y Gasset, en su obra La rebelión de las masas, que la masa popular demanda unas élites mediocres, que no sobresalgan notablemente de los gustos de la mayoría, lo que provoca un empobrecimiento de dichas élites, al adaptarse a estas exigencias.

Pues, sucede lo mismo con las personas que, en algún aspecto, sobresalen: como tengan que depender del número de “likes” o de visitas, véase adaptarse a las querencias de la mayoría, se verán compelidas a truncar buena medida de su talento para que resulte más comercial (me sucede todos los días con mi página web, por ejemplo).

No olvidemos que cuando Poncio Pilato sometió a votación popular a quién salvar, si a Jesucristo o a Barrabás, las masas se decantaron por indultar al segundo y condenar al primero.

Tener más “likes” no te convierte en mejor persona. Tampoco tiene por qué hacerte peor, ojo.   

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